Guillermo Ross-Murray Lay-Kin
Poeta iquiqueño.
Después de veintisiete años, dos de aquellos protagonistas –todavía- están con nosotros: en Pica, Nena Ruz viuda de Paoletti y aquí, Willy Zegarra (quien ya casi roza el siglo) y aún los vemos -¡sin micrófono!- recitar sus poesías propias y ajenas. También cada verano, muy alegre, de humita, encabeza el pasacalle con que se inicia el Festival de Tunas y Estudiantinas.
Estos nombres -Willy y Nena- evocan a otro Iquique y a otra pampa salitrera (hoy, sólo nostalgia). También por supuesto, nos vuelven espectador de un teatro más cordial, cuyos autores escribían considerando a cualquier hijo de vecino. He aquí, algunos títulos: “El dolor de callar”, “El buen sembrador”, “Junto al arado”, “Sin vergüenza”, “Desdicha obrera”. Este último título pertenece a Luís Emilio Recabarren, quién pretendía -de tal modo- “Crea conciencia y abrir caminos para la clases obrera”.
El sábado 15 de mayo de 1999, en el Teatro Municipal de Iquique, se estrenó La Carpa Azul de Guillermo Ward -reconocido hombre de teatro, creador y director de la Compañía Viola Fénix-. Detrás de tal estreno, había un arduo trabajo, una esmerada investigación y un montaje dedicado, cosa que nosotros -y el público- nada sabíamos. Nada sabíamos hasta hoy, primavera del 2003.
Sabemos, así, que La Carpa Azul tuvo un período de larga gestación y cuyo inicio (entonces ignorado como todo comienzo de creación estética) fue aquel Encuentro Provincial de Teatro. Años después (1990), Ward avanza, da otro paso: el documento, “Tres décadas de teatro y un sainete”, resultante de un conversatorio con gente vinculada a la escena.
Un impulso decisivo y que lo llevaría a la acción, fue “Cultura y Teatro Obrero, 1900-1930”, libro de Pedro Bravo Elizondo, iquiqueño, radicado en USA, aulas universitarias. Ward anota: “Era un material muy interesante, había que contar la historia que él tenía en su libro, la historia del teatro popular. Sabía que podía teatralizarse, lo presentía…”
Con un grupo empezó a armar el drama, una crónica, hacer teatro en el teatro, con trozos de obras reales de esa época, que aún guardaban el puño y la letra de sus originales. Una cosa era el texto, otra la complejidad que tenía la puesta en escena, había tanto que mostrar y contar: Mostrar, contar y, además, siempre soñar.
Poeta iquiqueño.
Después de veintisiete años, dos de aquellos protagonistas –todavía- están con nosotros: en Pica, Nena Ruz viuda de Paoletti y aquí, Willy Zegarra (quien ya casi roza el siglo) y aún los vemos -¡sin micrófono!- recitar sus poesías propias y ajenas. También cada verano, muy alegre, de humita, encabeza el pasacalle con que se inicia el Festival de Tunas y Estudiantinas.
Estos nombres -Willy y Nena- evocan a otro Iquique y a otra pampa salitrera (hoy, sólo nostalgia). También por supuesto, nos vuelven espectador de un teatro más cordial, cuyos autores escribían considerando a cualquier hijo de vecino. He aquí, algunos títulos: “El dolor de callar”, “El buen sembrador”, “Junto al arado”, “Sin vergüenza”, “Desdicha obrera”. Este último título pertenece a Luís Emilio Recabarren, quién pretendía -de tal modo- “Crea conciencia y abrir caminos para la clases obrera”.
El sábado 15 de mayo de 1999, en el Teatro Municipal de Iquique, se estrenó La Carpa Azul de Guillermo Ward -reconocido hombre de teatro, creador y director de la Compañía Viola Fénix-. Detrás de tal estreno, había un arduo trabajo, una esmerada investigación y un montaje dedicado, cosa que nosotros -y el público- nada sabíamos. Nada sabíamos hasta hoy, primavera del 2003.
Sabemos, así, que La Carpa Azul tuvo un período de larga gestación y cuyo inicio (entonces ignorado como todo comienzo de creación estética) fue aquel Encuentro Provincial de Teatro. Años después (1990), Ward avanza, da otro paso: el documento, “Tres décadas de teatro y un sainete”, resultante de un conversatorio con gente vinculada a la escena.
Un impulso decisivo y que lo llevaría a la acción, fue “Cultura y Teatro Obrero, 1900-1930”, libro de Pedro Bravo Elizondo, iquiqueño, radicado en USA, aulas universitarias. Ward anota: “Era un material muy interesante, había que contar la historia que él tenía en su libro, la historia del teatro popular. Sabía que podía teatralizarse, lo presentía…”
Con un grupo empezó a armar el drama, una crónica, hacer teatro en el teatro, con trozos de obras reales de esa época, que aún guardaban el puño y la letra de sus originales. Una cosa era el texto, otra la complejidad que tenía la puesta en escena, había tanto que mostrar y contar: Mostrar, contar y, además, siempre soñar.